Un año junto a Debian

El 29 de Abril de 2009 me animé a probar Debian por primera vez. Era una calurosa mañana de Abril, justo hoy hace un año. Desde el escritorio de Ubuntu, y mientras me disponía a actualizarme a la siguiente versión, me dije a mí mismo que quería más. Que quería guerra. Que quería mezclar ramas y no saber nada de versiones. Que quería estabilidad y una Rolling Release. Fue entonces cuando me pregunté si existiría Live CD para Debian, ya que había oído de lo difícil que era su instalación (luego comprobé que no era verdad). Efectivamente había un proyecto Live Debian. Descargué el CD, lo quemé con Brasero, arranqué el PC con él… y al llegar el escritorio me dejó un poco con miedo… No me iba la wifi y me echó mucho para atrás. Pero vayamos al principio…

Mi primer Linux

Como muchos, hice mis primeros pinitos en el mundo de GNU/Linux con un Live CD  de Ubuntu. Fue con el de la versión 8.10, unos días después de su liberación (de hecho éste no me instalaba y tuve que usar el de la 8.04 y actualizarme desde ella). Había oído hablar mucho acerca de este mundillo y, aunque a mí me iba bien con mi Windows Vista, decidí probarlo. ¿ Por qué ? Por curiosidad, por saber por qué hablaban tan bien de Linux, porque si Google lo usa en sus servidores algo tendrá… y porque no me apetecía más trabajar para mi SO en vez de al revés. Me refiero a los formateos casi obligados de Windows, de los análisis del antivirus, de la limpieza del registro y del porqueahoravamaslentoqueantes.

Y ahí que me fui. El «paso» a Ubuntu, todo hay que decirlo, me costó un mundo. No tanto por la configuración (me fue todo a la primera), sino por el cambio de chip necesario que yo aún no había adoptado. ¿Dónde está mi Winamp? ¿Dónde mi administrador de tareas? ¿Cómo leches instalo algo aquí en la inagotable cantidad de paquetes que proporciona Synaptic? ¿Se puede saber qué es un paquete? ¿Hola? ¿Qué voy a hacer si mi Ashampoo Burning Studio? Así no se podía ir a ningún lado, estaba claro.

Adentrándome en el pingüino

Por ello, mis siguientes semanas (y meses) fueron las de tener elegido por defecto Windows en el arranque del Grub. Y ya si eso, me metía en Ubuntu, si me acordaba. Por ello antes entrecomillé «paso» en lo de «el «paso» a Ubuntu». Aprendí qué eran los repositorios, tocaba esto, aquello, me iba bien… pero volvía a mi amado Windows. Iba muy despacito. No quiero ni pensar qué hubiera pasado si no me hubiera ido el sonido o el wifi. Quizá, por cabezón que soy, hubiera pasado más tiempo en Ubuntu y todo intentando arreglar las cosas (je je).

Y las semanas iban pasando. Cada vez descubría más programillas que sustituían mis queridas aplicaciones de Windows. «Pues parece que el Brasero éste también graba». «Mira, este AmaroK parece que tiene alguna cosilla chula. Joder, y el nombre mola». Aún así no era suficiente. No me sentía cómodo en Linux y punto pelota. Pero cada vez más movía el selector del Grub hacia arriba, hacia la entrada de Linux…

Y llegó el momento de darme cuenta de la importancia de lo superficial: si quería sentirme agusto con Linux debía gustarme lo que veía. Aprendí a tunear el escritorio, a cambiar esos marrones que tan poco me gustaban, a poner algún dock útil en la parte de abajo… cada vez me molaba más el asunto. Me lié a buscar por Google acerca de las bondades de Linux, su potencia y potencial, su sistema de archivos, su sistema de permisos, su ausencia de un farragoso registro. Me gustaba lo que leía. Empezaba a comprender al pingüino. Así llegué a compartir mi actividad en Linux con la de Windows. Febrero de 2009. Ahora tocaba incluso ampliar mi partición /home, que se quedaba pequeña.

Fue entonces, en un momento en que veía que la cosa despertaba interés en mí cuando llegó..

…Debian

Aquí toca volver al principio de la entrada. ¡ En mi Live CD de Debian no iba la Wifi de las pelotas ! Con las ganas que tenía de Debian, con todo lo que había leído acerca de ella (¿él?). Que sí, que Ubuntu me iba muy bien, pero algunas cosillas no me acababan de convencer, como su ciclo de liberaciones, y además que Debian mola, qué coño. Y si quería desprenderme del todo de Windows (tenía la intención, que no es poco), quería algo realmente diferencial. Hacerlo en plan bien, vaya.

29 de Abril de 2009. Así que me lié la manta a la cabeza y me decidí a instalarla, a ver si lo del Wifi era cosa del Live CD o qué sé yo. El caso es que funcionó. En la instalación me pidió un paquetillo que tuve que bajar de Sourceforge. Lo metí en un pendrive y voilá, más contento que unas castañuelas. La instalación de Debian no era difícil, pero eso sí, había que saber particionar. Nada difícil por otro lado, pero bueno, que ahí estaba. Busqué algún tuto chulo y ya creí que lo tenía. Me equivocaba. La cagué una y dos y tres veces antes de instalar con éxito. Aprendí.

Una vez llegué al escritorio me di cuenta de que Debian no me lo iba a poner fácil. Empezando por la apariencia, Debian Gnome era tan austero… Es más, no tenía ni tema propio. Estaba claro que se trataba de una distro «espartana», yo me lo tendría que configurar todo, no tenía casi nada hecho. Eso me gustó, yo iba a configurar cada rincón de la distro, todo a mi gusto. Pero claro, había que documentarse un poquillo, pero tampoco nada del otro mundo. La cagué otra o dos veces más. Reinstalé. Aprendí.

Desde luego que mi flamante (y fea, de momento) distribución apenas consumía. Iba, además, rapidísima. «Me gusta, me gusta», pensé. Después de dar mis primeros pasos, me dediqué a instalar lo esencial: Iceweasel, AmaroK, Brasero, OOo, etc… Descubrí Wicd y lo sustituí por el Network Manager que traía Gnome por defecto. Instalé el AWN y configuré el Compiz ( no sin antes sudar tinta porque tenía que usar la versión Sid (mi primera mezcla de ramas) ya que la Testing daba problemas). Así de esta manera llegué a tenerlo todo tan configurado como en Ubuntu. Me funcionaba todo… menos la webcam (me funcionó a la primera semanas después con la llegada de un nuevo kernel). Mayo de 2009.

Después de instalar las aplicaciones que iba a necesitar puse un tema más bonito y un día de Junio decidí hacer el paso al que todo linuxero en potencia debe llegar y que no había logrado dar con Ubuntu: modificar el arranque del Grub y dejarla entrada de Linux por defecto. De vez en cuando elegía Windows, sí, para ver si seguía ahí o yo qué sé, pero eran pocas las veces. Empecé a sentirme realmente identificado con Debian, y cada vez más extraño en Windows.

KDE

Aquí acabó por completarse mi idilio con el mundo del pingüino. La primera versión de KDE en mis manos había sido la 4.3.0, que era todavía demasiado inestable y daba demasiados problemas para un novato como yo. Ahora, en la 4.2.x, sentí el escritorio mucho más estabilizado. Busqué alternativas a mis programas GTK y toqueteé los plasmoides. Me enteré de que KDE tenía su propio gestor de ventanas a lo Compiz, KWin, y lo empecé a usar también. Conclusión: no podía haber nada mejor que Debian+KDE. Okular, Gwenview, Dolphin, AmaroK, K3b… Insuperables. ¿ Windows ? ¿ Y eso qué es ?

No he comentado las numerosas veces que tuve que reinstalar todo, aparte de las mencionadas al poco de instalar. Me cargué el sistema varias veces por tocar donde no debía. Temas de permisos, problemas de dependencias, etc. Otra vez que recuerdo que reinstalé fue para cambiar de ext3 a ext4 el sistema de archivos. Otra para pasar de los 32 a los 64 bits que tan buen resultado dan en Linux. En fin, que me aprendí de memoria los pasos de ese mítico instalador de tonos rosas y blancos. Reinstalaba, aprendía.

Debian Netinstall

Un día me dije que me apetecía tener mucho más control sobre lo que tenía instalado, sentía que me sobraban paquetes (aunque en Debian pocos paquetes por defecto se instalan), y me fui a por la netinstall. Fue algo así como la guinda del pastel. Conocía todo cuanto corría por el sistema y sabía que cada proceso del arranque había pasado por mi aprobación. Septiembre de 2009.

Sin darme cuenta, había llegado muy alto. Ya me manejaba con soltura mezclando ramas, porque me apetecía tener la última versión de Iceweasel, que aún estaba en Sid, o la de AmaroK, que prometía esto o aquello. Eso sí, siempre he mantenido la base en Testing, y aún lo hago. Incluso había aprendido a manejar bastantes comandos de la consola, que aun sin ser necesarios, si se convirtieron para mí en útiles.

Llegado este punto descubrí una verdad que aún hoy me acompaña: Debian es la distro más fácil. ¿ Por qué ? A ver si me sé explicar…: La curva de aprendizaje es más elevada, eso es cierto, pero es que a partir de ahí… Es una Rolling Release, por lo que uno sólo tiene que actualizar de vez en cuando para mantener el sistema. Pueden pasar 50 años y no haber tenido que reinstalar ninguna vez. Que sea una distro RR también ayuda en cuanto a tener las versiones que queramos de cada paquete, no hay que esperar a la siguiente liberación. Otro punto a favor de la facilidad viene por el hecho innato de Debian de ser estable. La rama Testing es una roca. No hay bugs tontos o dependencias incordiantes. Total, Debian es la distro más fácil de todas: uno lucha al principio, sí, pero luego el sistema trabaja por ti, nunca tú por él.

Era tan fácil el manejo de Debian en el día a día que me aburría tanta ausencia de problemas. Pensé en pasarme a Sid, pero consideraba (y considero) fundamental mantener la base en Testing. Así que sólo había pasado algunos paquetes no críticos a Unstable. Obviamente esto no me trajo problema alguno, el sistema seguía siempre igual, siempre bien. Así que busqué una aventura…

ArchLinux

Había oído maravillas de esta distro. Estaba un pasito por encima en cuanto a dificultad, sobre todo a la hora de instalar. Me gustó leer que era estable también, a pesar de tener la última (pero de verdad) versión de cada paquete. Me bajé su CD, hice un huequillo sacado de espacio NTFS de Windows. Septiembre de 2009.

La instalación la hice a la primera, lo prometo. Me puse al lado de otro PC para no perderme en los pasos, y me imprimí un tutorial sacado de su estupenda Wiki. Me costó mucho hacerme con eso de los demonios al inicio, el fantástico y peligroso archivo rc.conf, pero leyendo esa inagotable Wiki lo pude sacar.

Me sorprendió la rapidez con que las actualizaciones aparecían en mi consola al ritmo de pacman -Sy. Y me sorprendió aún más que el sistema no se resintiera. Estaba claro que estaba ante una gran distro. Decidí quedármela. Octubre de 2009.

Llegué hace tiempo a un punto en que las tornas han cambiado por completo. Empecé con Linux sin poder estar sin este programa o aquél de Windows. Ahora es al revés. Si tuviera que pasar a Windows, ¿qué haría sin AmaroK? ¿qué haría sin KWin o Compiz? ¿Sin actualizaciones generales que afectaran a todos y cada uno de los programas del SO? ¿Y sin k3b o el mismisímo SuperTuxKart? ¿ Y sin plasmoides ?¡ Sin plasmoides no podría estar !

Han pasado los meses y no ha habido ningún cambio de interés en mi PC. He ido aprendiendo más y más. He empezado a aprender a programar (Python) y he hecho mis pinitos en eso de los servidores. Le he ido quitando progresivamente espacio a Windows, eso sí. De hecho quizá debería reinstalar todo de cero y dividir mejor el espacio. Pero me da pereza, qué queréis que os diga. El caso es que a día de hoy tengo en mi PC lo siguiente:

• ArchLinux
• Debian
• Windows 7

Arch por versionitis, y porque es la segunda mejor distro (; )), Debian por toda la parrafada anterior, y Windows… Windows lo tengo por si acaso, no sé, no molesta, me cabe.  No soy antiwindows ni nada de eso, Windows 7 es un buen Sistema Operativo pero, en mi opinión, Linux juega en otra liga.